Benito nació en Codeseda en 1948. Hijo de «O Panadeiro«, es ingeniero de Caminos, Canales y Puertos por la Universidad Politécnica de Madrid y vive en Santiago desde 1975.
Tras su paso inicial por el Puerto de Vigo y Autopistas del Atlántico, empezó a trabajar en la antigua sociedad de suelo industrial de Galicia, Sigalsa:
«Fue una fase muy bonita porque estábamos empezando a ordenar el medio rural de Galicia, pueblo a pueblo. Tuvimos que hacer una auténtica labor de apostolado para convencer a los ayuntamientos de la necesidad de hacer pequeños parques industriales o comerciales».
En la Xunta que presidió Albor fue director general y vivió una etapa «apasionante» participando en la redacción de la primera Ley del Suelo de Galicia y, por tanto, en el diseño y desarrollo del territorio.
«No teníamos dinero, los ayuntamientos no creían para nada en la autonomía. También formé parte de las negociaciones en Madrid de las transferencias. Nos pagábamos las dietas de nuestro bolsillo», cuenta con pasión al rememorar aquella época.
Pero no quiso seguir en política a pesar de las ofertas que tuvo en los ochenta y se entregó a la actividad privada. El que fue primer decano de Galicia de su colegio profesional dice sentirse «muy orgulloso» de sendas medallas, de Galicia y España, que le otorgaron sus colegas en el pasado decenio.
Benito Fernández se muestra hoy crítico con el poder:
«Ningún Gobierno ha prestado atención al medio rural. La situación y despoblamiento actuales son consecuencia de la ausencia de políticas. Tampoco ha funcionado la concentración parcelaria, que se quedó básicamente en la apertura de caminos. No sé lo que habría qué hacer, pero la Xunta debería fijar el medio rural como objetivo prioritario».
En referencia a su ciudad, indica que Santiago debe seguir ejecutando el Plan Xeral de Ordenación Urbana, «que está bien» -agrega-, pero advierte de que se debe desbloquear «urgentemente» el Plan Especial del Casco Histórico: «Su revisión debe hacerlo más flexible».
Fundador y administrador de Urbeplan, una consultora de urbanismo, estudios y proyectos, Fernández González es, además, socio de Engasa, empresa de energías renovables de la que también fue director general hasta su reciente jubilación. Presume de que en el año 90 tenían doce millones de pesetas (72.000 euros) de capital social, y hoy, 4,7 millones de euros. Y añade que el mérito es de sus socios, veintiuno, pequeños distribuidores de electricidad que «supieron aguantar la presión de Fenosa, que lo iba comprando todo en Galicia».«Hoy somos una empresa solvente y rentable, con buena imagen, plenamente consolidada y de la que estamos francamente orgullosos», concluye.
Como consultor del Banco Mundial y del Banco Interamericano de Desarrollo, un trabajo remunerado, dirigió proyectos en distintos continentes. «En el sector de la ingeniería te encuentras buenos profesionales en todo el mundo», sostiene. En los Balcanes vivió el «odio» entre croatas y serbios. Y en Nepal lo «impresionó» la pobreza, donde solo había 40 megawatios de potencia eléctrica para veinte millones de habitantes. A la gente le recomendaría que viajase para comprobar que España es «el mejor país del mundo, por sus prestaciones sociales y el coste de la vida, que es muy asequible», sentencia.
«Ahora pretendo escribir mis recuerdos. Nunca tuve tiempo libre, pero siempre lo optimicé muy bien, y me he divertido sanamente», indica el experimentado profesional, que estuvo interno en el colegio Peleteiro -«la mejor decisión de mi padre», apostilla-.
Sus compañeros del grupo llamado Agro XXI le dedicarán hoy a Benito Fernández un cálido homenaje en el Araguaney.
Texto basado en una noticia de La Voz de Galicia el 16/11/2018.
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