Llevan las riendas de la casa, realizan tareas agrícolas, no paran en todo el día y a sus manos aún les queda tiempo para hacer auténticas virguerías en las largas noches de invierno.
Ahora, la Asociación de Mujeres Rurales de Codeseda busca una salida a sus laboriosos trabajos de encaje y bordados, a sus mantelerías, abanicos, cortinas, fulares…Todo comenzó hace cuatro años con un curso ocupacional. Muchas, como la presidenta del colectivo, Mª José Picallo, acabaron enganchadas a una pasión creadora y con un alto contenido de relajación.
Tienen su centro de operaciones en la antigua escuela de esta parroquia estradense. El gran telar, confeccionado a partir de una copia de la zona de Vea, preside la sala junto a otros dos más pequeños y el resto del material.
A la hora de hablar de negocios, lo tienen muy claro. «Queremos vender productos exclusivos, con diseños propios. Como si fueran obras de arte». La definición del producto no podría ser mejor. En enero expondrán sus trabajos y será el público el que decida sobre los más acertados, con una votación que servirá para orientar la comercialización de las labores artesanales.
Con el telar comienzan todo un proceso, al estilo tradicional, que incluye el bordado, encajes y demás, con el mismo hilo. El lino es el más utilizado, junto con el algodón, el rayón o la lana.
Calcular las horas de trabajo es casi imposible. Si de tiempo se trata, Mª Carmen López es la que está más cerca de convertirse en maestra de artesanos, calificación para la que se precisan 500 horas de cursos. Cuando abandona el mostrador de su tienda en Codeseda, el encaje se convierte en un perfecto aliado para la creación artística. El dibujo base, tarea complicada para los entendidos, no se le da nada mal. Ha diseñado hasta un reloj o el puente de Brooklin para luego hacer en bolillos.
Se inició en la escuela, con las labores obligadas para las alumnas. Luego, en casa, le encomendaron la tarea de aprender a coser por las tardes. Hacía toda la ropa de sus hijos, le pegaba al ganchillo, a la calceta… En 1995, en una excursión a Camariñas, «con la idea de aprender», comenta, comenzó la aventura de los bolillos. Luego vinieron los primeros cursos, que ahora perfecciona con la asistencia a las clases de la profesora belga Lia Baumeister-Jonker, condecorada por la reina Fabiola por su destreza con el encaje.
Cada seis meses tocan una especialidad de encaje de distintas zonas. Ahora están con el guipur. «Me queda mucho por aprender», dice. Cuando caiga la tarde, se reunirá con sus compañeras en la escuela para seguir dando forma a sus proyectos. Los martes toca telares. Hoy les esperan los bolillos.