Noticia de La Voz de Galicia (06/06/2020)
Esta jubilada de Pontevedra de 85 años superó el coronavirus: «Eu ben pensei non saír desta. Pero había algo que me dicía que tiña que tirar para adiante»
¿Qué le habrán hecho a Preciosa Quibén en el hospital? ¿Qué le habrán hecho para que esta mujer de 85 años, que estuvo catorce días ingresada, algunos de ellos muy grave a cuenta del coronavirus, tenga ahora la fuerza de un volcán en erupción y una memoria para enmarcar? «A min fixéronme todo ben, os médicos e Deus, que tamén me axudou», responde ella bien pizpireta, en su casa de Marcón (Pontevedra). Es una pena haber quedado con ella el lunes, porque ya se terminaron los melindres que hizo el domingo. Para compensar, enseña «o ajuar da neta» que está haciendo a ganchillo y, si no fuese porque su hija le pone cara seria, se lanzaría a la huerta para mostrar las plantas y hortalizas que «ata a fecha» cultivó. Preciosa, un terremoto de sonrisa amable y ojos que enseguida se emocionan, puede contar con precisión de cirujano cómo fue tener coronavirus. Y cómo logró salir adelante.
«Foiche duro. Eu ben pensei non saír desta. Pero había algo que me dicía que tiña que tirar para adiante», dice. Luego, explica que todo empezó cuando enfermaron su hija y su yerno -con los que convive y que fueron los primeros en contagiarse-. Ella al principio estaba bien, pero luego también se empezó a sentir mal. Acabó en el hospital. Y allí no lo tuvo fácil: «Doíame todo. As costas, os riles… eu que sei, todiño. A verdade é que mellor non me puideron tratar. Pero claro, eran moitas horas alí eu soa nunha habitación. E íanme dicindo que a ver se mañá me daban a alta, e mañá nunca chegaba. Eu chamaba por teléfono moito, á familia e tamén a don Fernando, o cura, que me facía moi ben falar con el. E no hospital cantaba tamén ben alto a Dios te salve e quedaba tranquila». Se ríe al acordarse de las primeras veces que pudo levantarse al baño, y demuestra con la anécdota que está hecha de otra pasta: «Ao primeiro acompañáronme por se caía. Pero despois non ía estar eu molestando cada vez que quería ir ao baño. Collín por banda a mesiña de noite e hala, púxena como se fose un tacatá e fun ao baño con ela», cuenta.
El día que dejó el hospital, vino también cantando rezos en la ambulancia. Luego, se confinó en una habitación de casa. Su familia la vio débil los primeros días. Y tuvo miedo. Pero quizás la subestimaron. Porque Preciosa vivió mucho como para que el coronavirus la amilane.
Cuenta ella, dando santos, señas y fechas, que nació en Codeseda (A Estrada) y que a los 13 años se quedó huérfana de madre. Trabajaba en la tierra y con los animales. Se casó y, con su marido emigrado en Francia, se quedó totalmente sola trabajando en la agricultura con una niña de dos meses. «A meniña foi boísima. Tiña que deixala soa e ir á veiga e non botaba unha bágoa», cuenta. Luego, volvió su marido y se afincaron en Pontevedra, donde tuvieron otro crío. Se quedó viuda a los 50 años, cuando su segundo hijo todavía era un chaval.
Ella, que en su día aprendió lo justo de letras porque su vida siempre fue trabajar, estudió para sacar unas oposiciones y emplearse en el centro Príncipe Felipe de Pontevedra, donde estuvo veinte años trabajando a turnos, sirviendo comidas, desayunos y cenas a niños tutelados por la Administración. Le llegó la jubilación y siguió trabajando. La tele no la entretiene y sus manos delatan que lo suyo es la huerta, el sacho puro y duro, aunque el ganchillo también la entretenga. Ahora, desde su recuperación, ha aparcado la leira. Lo cuenta con cierta melancolía. «Os tomates e iso pois dáme igual, pero as plantas, que as tiña tan bonitas, con flores… eran preciosas». Pues como ella, Preciosa, de nombre y condición.